Me considero una persona racionalista. La realidad de hoy, a 800 metros de mi casa, despertando entre sirenas, teléfonos que no funcionaban, ..., me ha desbordado. Claramente. Durante toda la mañana y buena parte de la tarde la cabeza vagaba sin capacidad para realizar ningún análisis de lo ocurrido. Las vísceras me respondían, la cabeza no.
Hasta que he leído una frase, que me ha impactado. Aznar: “Los terroristas han matado a muchas personas por el mero hecho de ser españoles”. Digamos desde ya que no mantendré que esta frase sea manipuladora, sino tan solo una traducción directa de cómo Aznar analiza la realidad.
A través de la nausea he podido empezar a poner orden. Lo que está escrito a continuación es apresurado, probablemente farragoso a la vez que inexacto (los términos no están bien delimitados) e insuficiente (sin duda faltan elementos de análisis), pero trata de ser una primera reflexión.
Se puede analizar lo ocurrido desde múltiples perspectivas. La más obvia: ¿qué debe pasar por la cabeza de una persona que deja una bomba destinada a matar en un vagón a gente que no conocen?. Se habla de enfermedad. ¿Pero de qué, de qué está enfermo? La respuesta está en la frase de Aznar, que puede acertar o no en el caso concreto, pero que nos permite ver su propia enfermedad: la enfermedad de la identidad.
Podemos ver la enfermedad desde el que mata, y desde el que muere: y veremos que el muerto ha muerto por la enfermedad de otros, de los asesinos.
Empecemos por el principio. Lo siento, pero no: por muchas banderas, por muchos himnos, por muchos DNI,s,..., cualquier cuerpo muerto, igual que cualquier cuerpo vivo, no es español. Ni el muerto ni el vivo. Español es la categoría que un Estado pone a unos cuerpos. Vasco es la categoría que el Estado español ha puesto a algunos de sus súbditos, para que conviva con la categoría de español. Y vasco es la categoría que, algunos que desean dominar un Estado, quieren que pase a ser exclusiva.
Porque los cuerpos nacen, mueren o les matan, pero no nacen españoles. Ni vascos. El muerto es un muerto. Los inmigrantes que han muerto, marroquíes, ecuatorianos,.., no eran españoles. Pero tampoco eran marroquíes, ni ecuatorianos. Eran gente. Seguramente, buena gente.
Sin embargo, quien mata, mata precisamente por la categoría que ha puesto, que ha atribuido, al que debe morir. La categoría que el muerto no tiene, pero que el Estado le pone y que su asesino viene a confirmar. El asesino, y puede que Aznar, en esto lleve razón, quiere matar a alguien que no conoce: y para ello recurre a una categoría. NO mata personas, mata categorías. El militar, el que sea. El policía. No el policía concreto. El español: no le conoce, pero le puede matar por español.
La identidad, la categoría, de español, puede servirle para decidir a quien matar: pero no solo. La enfermedad de la identidad no solo le señala el destinatario de su acción, sino que le hace también querer matar, pues construye su identidad en contraposición al otro. Dicho de otro modo: la identidad es tanto el motor del asesinato como el volante por el que se guía la carretera que lleva hasta el crimen. Se trata del sujeto que ha asimilado como propia la identidad que el Estado le ha adjudicado, por encima de lo que tiene en común con los otros. La interiorización de la identidad vasca, o española, por encima de lo que tiene de común cualquier cuerpo con otro. La interiorización de la identidad también la comparte el observador, que como Aznar, no ve muertos a secas, ve a los muertos como españoles. Quien se ha pasado ocho años afianzando identidades, la de su Estado contra la de quienes quieren construir otros Estados, no puede dejar de proyectar su modo de ser sobre lo ocurrido.
Entonces, los muertos han muerto por la enfermedad de otros, de los asesinos, de los Estados y de los que aspiran a tener un Estado: el mal de la identidad. Me pueden matar por español: quizás, depende del delirio de mi asesino, pero mi cuerpo no es español. Ni será vasco. Será miles de cosas, y espero que ninguna de ellas se imponga lo suficiente para que cuando muera nadie pueda decir “aquí murió un psicólogo”, ni “aquí murió uno que el 11M era vallecano”, ni “aquí murió un madrileño”, ni “aquí murió un español”.
Por cierto: da igual que los asesinos sean de ETA o de Al Quaeda (o como ostias se escriba). Donde ponen españoles, póngase occidentales o cristianos. Donde pone vascos, póngase fundamentalistas. Donde pone Estado, póngase Dios. Donde pone cuerpo, gente, déjese cuerpo, gente. Y sobre todo, déjeseles vivir.
mierda
impresionante texto. gracias.
Publicado por: alberto k. | marzo 16, 2004 en 06:07 p.m.