A lo largo de la historia occidental se han sucedido tres textos- teológico, jurídico y publicitario-; tres imaginerías distintas que dicen lo mismo y hacen amar lo mismo, tres traducciones del mismo Texto, pero que van borrando sucesivamente sus huellas (el texto jurídico borra el autor; el publicitario borra el discurso).
El Texto siempre dice lo mismo:"mañana, cadáveres, gozaréis". La expresión pone en juego cuatro oposiciones: tres patentes ("goce/trabajo", "presente/futuro", "vida/muerte") y una latente ("práctica/discurso", implícita en la propuesta de intercambiar la práctica del sufrimiento por un discurso sobre el goce). Las cuatro oposiciones son combinadas en una correlación "la-práctica-del-trabajo-en-el-presente-de-los-vivos=el-discurso-sobre-el-goce-en-el-futuro-de-los-muertos". La ecuación completa es el modelo de la religión en general. Si borramos la oposición "vida/muerte" tendremos el modelo de la política en general ("práctica-de-trabajo-presente=discurso-sobre-el-goce-futuro"). Si borramos la oposición "presente/futuro" tendremos el modelo de la ideología en general ("práctica-de-trabajo=discurso-sobre-el-goce"; toda ideología implica una compensación discursiva de las contradicciones prácticas). Si borramos la oposición "goce/trabajo" tendremos el modelo de la cultura, en general ("práctica=discurso"; principio general de la representación).
El Texto exige del lector -del súbdito- silencio: no se dialoga con el Texto, no se le pregunta, él hace las preguntas y da las respuestas. Sólo cabe escucharlo, leerlo y repetir sus mensajes. El que habla a través del Texto -el Otro, el Amo- no es sujeto de un diálogo, es objeto de amor -del amor que nos da a cambio de callarnos-. En la historia de todos, en la biografía de cada uno, es el mismo camino: "el sujetamiento del niño a la ley, es lo que hemos considerado, desde Freud, en llamar Edipo, donde el niño hace la experiencia original de lo político: cede sobre tu deseo, sométete a la ley, y en cambio te daré mi amor".
La primera traducción del Texto es el texto teológico, un texto en el que todo es patente: quien lo dice y qué dice. Todas las oposiciones están al descubierto: entre el Texto y el no-texto, entre los que pueden hablar y los que no pueden hablar, entre el habla conforme al Texto y el habla no conforme al texto. Está también al descubierto la escenificación imaginaria que hace posible que el Texto sea consumido sin ser interpretado (la misa y la eucaristía). La operación de clausura que separa netamente el Texto del no-texto es una compilación, compilación primera de una Sagrada Escritura, compilación segunda de un cuerpo de Derecho Canónico. Esta compilación borra las huellas de la escritura, transformando su contingencia -alguien dijo algo en algún momento/lugar- en necesidad -una verdad que planea sobre el espacio/tiempo-. La compilación pone al Texto aparte, clausurándole y evitando que se mezcle con otros textos -apócrifos o interpolaciones-. Solo el Papa tiene el monopolio de la palabra infalible, pero lo tiene en nombre de otro, como vicario. Como todo representante está dividido e idealizado, es el padre, pero castrado, no tiene poder de crear. Sobre el cuerpo del Texto vienen a incorporarse los comentarios, las glosas de los doctores y los posicionamientos de las iglesias, así es posible que el Texto -atópico y acrónico- recubra -casuísticamente- toda la realidad. El consumo del texto no consiste en comprenderlo, sino en tragarlo, sustituyendo el goce por la comunión.
La segunda traducción produce un texto jurídico. Es una traducción del Texto teológico que borra -censura- al autor y perfecciona la consistencia -lógica- del texto, eliminando la escenografía imaginaría. El Autor -Dios- pasa a ser referencia a un Nombre; los legisladores hablan en nombre del monarca, la patria o el pueblo (la función de autor se desplaza a función de autoridad). Lo cual implica una institucionalización del texto: el texto jurídico no es asignable a un autor, se encarna en las instituciones. La primera es la lengua; cada texto jurídico es una lengua -como todo texto-, pero además como derecho nacional es un subconjunto de una lengua común (español, francés, inglés,...). Lengua, que al igual que el texto, se abate sobre un "territorio", termino que antes de una partición de la tierra, designa una partición del terror: el poder lucha por los territorios sobre los que imponer su terror. El territorio constituye la clausura del texto: el conjunto de instituciones territorializadas es el espacio que habitan los súbditos y sobre el que despliega su poder. El texto jurídico borra las huellas de su contingencia a nivel sintáctico -en vez de construir como el Texto teológico una escenografía imaginaria-, ordenándose según su coherencia lógica que lo hace aparecer como necesario y -al eliminar los huecos- hace imposible (lógicamente) cualquier palabra fuera del texto. El lugar del Poder -lugar prohibido- es censurado, aparece como centro sin dimensión - centro que se erige en lugar neutro, por encima de las contradicciones de uno y otro, en realidad dominando sobre uno y otro-, se borra la enunciación y solo queda el enunciado, el Poder reducido a sujeto gramatical. Los políticos y los funcionarios se ofrecen como servidores públicos al ocultar la visibilidad del Poder. Los súbditos son reducidos a la condición de sujetos jurídicos -borrando sus diferencias sociales- meros puntos sin extensión, sujetos lingüísticos, sujetos legales, sujetos de la recitación de la Ley.
La tercera traducción produce un texto publicitario. Es una traducción que borra el texto: el contexto lingüístico se disemina en el contexto existencial (el teológico está encarnado en el libro, el jurídico se disemina por las instituciones, el publicitario alcanza todo el espacio social). El mundo llega a ser un texto, el texto alcanza el máximo de verosimilitud, pues es coextensivo al mundo. El consumo del texto es literal, porque el texto es el mundo del consumo, ya no es una mediación entre los hombres y el mundo, sino que es la textura mismo del mundo. El texto ya no es vivido como texto, sino como mundo, está totalmente censurado; no se presenta como el espacio visible de una Ley -la Ley es invisible, se esconde en el espacio de saber de las ciencias humanas y sociales, lugar del saber de los tecnócratas-; sólo queda visible un espacio normado de comportamientos. Lo técnico oculta lo jurídico. El discurso publicitario produce directamente la "normalización de las necesidades". El espacio del texto es producido por un discurso imperativo, que contiene todos los futuros posibles normalizados. La publicidad produce el deseo de ese espacio, el amor al texto. Los súbditos -ahora consumidores- enmudecen no solo de derecho, también de hecho: la ortodoxia no es un límite exterior al comportamiento, sino su contenido interno. La publicidad lanza anatemas sobre los que se desvían de la norma, generando en el consumidor el temor a errar, esto es, a no ser capaz de integrarse como código en el texto (ser un tipo raro, "yo no soy tonto", "ser el hombre desactualizado"). La publicidad no convence, intimida al generar temor al desajuste.
En cada momento un sistema de señales indica la fuente de la única palabra legítima. Bajo el imperio de la Teología, la palabra está contenida en un libro relativamente breve, y en el corazón del Papa, de cuya boca salen las verdades, resonadas -en los púlpitos y en las cátedras- por sacerdotes y doctores. Bajo el imperio del Derecho, la palabra se desparrama por la maraña proliferante de leyes, reglamentos y sentencias, y resuena en todos los edificios públicos por boca de políticos, funcionarios, burocrátas y jueces. Bajo el imperio de la publicidad, ya no hay libros, resuena todo el espacio /tiempo (tejido de vallas, altavoces, televisores y "below the line").
En cada momento, la palabra debida de los súbditos -eco de la palabra legítima- será repetida y puesta a prueba, consumida como objeto de amor y de terror; primero en el cubículo del confesionario (o en la soledad de la meditación); luego en el trono judicial, en el calabozo policial o en el despacho del psicólogo. Finalmente -al despliegue del texto responde el repligue de la palabra- en la mirada muda ante objetos y anuncios: mirada que será traducida -como simulacro de palabra- en la entrevista abierta o en el grupo de discusión, ante el investigador de mercados.
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Adaptación, simplificada, del capítulo: Las traducciones del Texto: el Texto teológico, el texto jurídico y el (texto) publicitario, del libro de Jesús Ibañez "Más allá de la sociología. El grupo de discusión: técnica y crítica", Siglo XXI Editores.
Habria que releer mucho de Jesus Ibañez para entender que pasa online. ¿No?
Este post me ha dado ganas de volver a mirar cosas suyas ....a ver si reuno fuerzas ;-))
Publicado por: alberto k. | diciembre 08, 2005 en 01:07 p.m.
Pues creo que si. Me llama la atención como en Internet (pero no solo allí) surgen gurús permanentemente sin pertenecer, sin reconocerse, en ninguna tradición teórica. Normalmente, su única aportación es resaltar algún concepto, algún elemento, sin ser capaz de integrarlo en una perspectiva más amplia. Y así vamos funcionando. Que si la red social, que si la usabilidad, que si ....
Publicado por: lipe | diciembre 12, 2005 en 10:37 a.m.
Aquí, pues, yo, Guaipuro Cuauhtémoc, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años. He venido a encontrar a los que se la encontraron hace ya quinientos años. Aquí, pues, nos encontramos todos: sabemos lo que somos y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron. El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé verdaderamente. El hermano usurero europeo me explica que toda deuda se paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo.
También yo puedo reclamar pagos, también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y el 1660 llegaron a San Lúcar de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata que provenían de América. ¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque es pensar que los hermanos cristianos faltan a su séptimo mandamiento. ¿Expoliación? ¡Guárdeme el cielo de figurarme que los europeos, igual que Caín, matan y después niegan la sangre del hermano! ¿Genocidio? ¡Eso sería dar crédito a calumniadores como Bartolomé de Las Casas, que calificaron el encuentro de destrucción de las Indias, o a ultras como el doctor Arturo Pietri, quien afirma que el arranque del capitalismo y de la actual civilización europea se debió a la inundación de metales preciosos arrancados por ustedes, mis hermanos europeos, a mis también hermanos de América!
¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de varios préstamos amigables de América para el desarrollo de Europa. Lo contrario sería presuponer crímenes de guerra, lo que daría derecho, no sólo a exigir devolución inmediata, sino indemnización por daños y perjuicios. Yo, Guaipuro Cuauhtémoc, prefiero creer en la menos ofensiva de las hipótesis para mis hermanos europeos. Tan fabulosas exportaciones de capital no fueron más que el inicio de un plan Marshall-tezuma para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, defensores del álgebra, la arquitectura, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.
Por eso, una vez pasado el Quinto Centenario del "Préstamo" podemos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o, por lo menos, productivo de los recursos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?
Deploramos decir que no. En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, Armadas Invencibles, terceros Reichs y otras formas de exterminio mutuo, para acabar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como Panamá (pero sin canal). En lo financiero han sido incapaces después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar capital e intereses, como de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta el Tercer Mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman, conforme a la cual una economía subsidiada jamás podrá funcionar. Y nos obliga a reclamarles -por su propio bien- el pago de capital e intereses que tan generosamente hemos demorado todos los siglos.
Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a los hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas flotantes de un 20 por ciento y hasta un 30 por ciento que los hermanos europeos les cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo de un 10 por ciento anual acumulado durante los últimos 300 años. Sobre esta base, aplicando la europea fórmula del interés compuesto, informamos a los descubridores que sólo nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata, ambas elevadas a la potencia de trescientos. Es decir, un número para cuya expresión total serían necesarias más de trescientas cifras y que supera ampliamente el peso de la tierra.
¡Muy pesadas son estas moles de oro y de plata! ¿Cuánto pesarían calculadas en sangre? Aducir que Europa en medio milenio no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar este módico interés sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.
Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos. Pero sí exigimos la inmediata firma de una carta de intenciones que discipline a los pueblos deudores del viejo continente y los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización, o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera como primer pago de una deuda histórica.
Dicen los pesimistas del Viejo Mundo que su civilización está en una bancarrota que les impide cumplir con sus compromisos financieros o morales. En tal caso, nos contentaríamos con que nos pagaran entregándonos la bala con que mataron al poeta. Pero no podrán; porque esa bala es el corazón de Europa.
Publicado por: Guillermo Agustín Grimaldi | diciembre 19, 2005 en 07:00 p.m.
Queridos amigos,sólo recordaros que esto es el resultado de la utilización del "texto" y la riqueza por parte de las oligarquías sanguinarias e ineptas.
Va siendo hora de despertar y arrebatarles el dominio, por la supervivencia de la especie.
Publicado por: Juanan | febrero 09, 2006 en 01:07 a.m.
Publicado por: | agosto 31, 2007 en 03:28 a.m.