El libro-entrevista tiene un desarrollo interesantísimo, bien estructurado, que da pie a entender la perspectiva de Moretti pero sin ser en absoluto complaciente con él (llamándole directamente mentiroso, cuestionando las decisiones clave de las Brigadas o no "dejándole ir" en relación a su participación en el asesinato). Es espectacular como desde un formato como la entrevista, en principio no orientado a la narración, se logra contar de forma tan intensa el momento del secuestro, el modo en que Moro toma las riendas para gestionar su liberación presionando a los líderes de la Democracia Cristina y el Estado, la toma de consciencia por las Brigadas y el propio Moro del desenlace fatal cuando Pablo VI, última esperanza del secuestrado, exige su liberación sin condiciones, y el reconocimiento por Moretti de haber sido quien disparó sobre el secuestrado.
Al margen de la habilidad de las entrevistadoras, facilitada por la pretensión de Moretti de defender no ya la lucha armada sino al menos la apuesta de una generación por el enfrentamiento de máximos con el Estado, el libro es una fuente de reflexiones y aprendizajes significativos sobre la época y quizás también sobre hoy mismo:
- Impresiona, en primer lugar, la irrelevancia actual de las Brigadas Rojas: 30 años después de poner en jaque al Estado, su incidencia es mínima. Protagonizar la cotidianeidad política no es en absoluto garantía de marcar la evolución social. También es cierto, que de los protagonistas de la Italia de los 70, de forma organizada, apenas queda nada: ni Brigadas Rojas, ni Democracia Cristiana, ni PCI.
- Las Brigadas Rojas nacen pegadas a la fábrica, y es desde la fábrica desde donde actúan en primera instancia. Disponen de militantes en los principales centros fabriles (FIAT, Pirelli, petroquímicas,..). Sus acciones iniciales tienen lugar allí, engarzadas siempre a reivindicaciones laborales concretas, situándose como una vanguardia que, al menos según Moretti, nunca dejó de tener cierto respaldo en las fábricas. Precisamente el origen fabril de las Brigadas Rojas determinará su evolución posterior, en tres sentidos:
- No se entenderán completamente con el movimiento del 77: las Brigadas Rojas son una de las expresiones, quizás de las últimas, del conflicto de clases que recorre el siglo pasado. Se enfrentan, muy duramente, al PCI, pero se reconocen como parte de una misma tradición: apelan al “pueblo comunista” que es la base electoral que acompañará, con un peso del 25-35%, al PCI. Por el contrario, el movimiento del 77, insertado en el territorio, sin relación inmediata con la fábrica, será feminista, estudiantil, libertario, barrial, antipsiquiátrico,… Algunos de sus militantes acabarán en las Brigadas Rojas, fascinados por la violencia que les convierte en referente en un momento de reflujo y derrota, pero en términos generales hablarán lenguajes distintos, y la distancia se irá acrecentando conforme la actuación de las Brigadas Rojas se endurezca más y más. Más bien al contrario, el movimiento acusará con frecuencia a las Brigadas Rojas de dañar su actividad: el discurso del poder, como en España, recurre a la asimilación con el terrorismo de toda actividad antagonista. Contra este discurso, que recogen las entrevistadoras, Moretti se revuelve. No admite, dice, que todos los fracasos de la izquierda se expliquen por la presencia del terrorismo.
- Se verá, en expresivas palabras de Moretti, con que les “quitan el suelo que pisan”. Si las primeras acciones nacen en el marco de una ofensiva generalizada del movimiento obrero, los finales de los 70´s serán en Italia años de reestructuraciones industriales. Se cita en el libro el caso de una huelga abortada en Pirelli ya que la producción se desplaza a las fábricas que la compañía tiene en España. Se observa de nuevo como es el conflicto de clase el dinamizador de la evolución del capitalismo: al agravarse el enfrentamiento en un terreno localizado, se desplaza la producción. El capital se reinventa en función de la presión del trabajo. En el caso de las Brigadas Rojas, su perspectiva es necesariamente siempre la de una acción ofensiva que al carecer de capacidad para impactar en una realidad que se les escapa, la deslocalización industrial, pierde su sentido. No se puede intervenir sobre los conflictos laborales bajo el chantaje de llevar la producción fuera de los centros industriales.
- En relación a lo anterior, y al propio rol que jugará el Estado en los conflictos de clase, se irán desbordando los límites de enfrentamiento en escaladas sucesivas para acabar en una espiral de violencia desenfrenada. Así, en primera instancia, las acciones tienen lugar en las fábricas. De inmediato, interviene la justicia, identificándose como un nuevo contrario (surge aquí el rol central de los colectivos de presos): el primer asesinato será precisamente el de un juez. En paralelo, a medida que el Estado interviene, se va configurando como enemigo, convirtiéndose en el centro de los ataques (policía, cargos públicos vinculados con el Ministerio de Trabajo, justicia y prisiones, …), por encima o al menos al nivel que los representantes del capital. El desafío máximo llega con Aldo Moro: secuestrar al máximo responsable del partido que gobierna Italia desde la Segunda Guerra Mundial es el máximo grado de desafío que puede lanzar. Si Moretti es sincero, las Brigadas Rojas esperan forzar al Estado a tratarles como interlocutor en vez de cómo un problema de orden público. No entra dentro de sus cálculos que el Estado no realice ningún gesto, el modo en que el Estado se “contrae” y adopta una posición rígida. Cuando Moro toma las riendas de la negociación por su liberación, comienza a escribir cartas a ministros y altos cargos de la DC, al propio Pablo VI (de hecho, toma consciencia de que será ejecutado cuando el Papa pide a las BR la liberación “sin condiciones”, lo que era obvio que las Brigadas no podrían aceptar), sus antiguos compañeros de partido, los medios de comunicación,…, competirán por desacreditar al autor, señalando que se encuentra bajo el Síndrome de Estocolmo o sometido al efecto de las drogas. En un secuestro tan largo, desde el Estado se bloquea cualquier posible diálogo, e incluso se prepara a la opinión pública intoxicando con un "comunicado" fabricado desde los servicios secretos donde se da cuenta de la muerte de Moro tiempo antes de que tenga lugar, de forma que se va señalando como inexorable el asesinato. Al margen del desenlace trágico, la incapacidad de obtener una mínima concesión muestra el límite del terrorismo: si incluso golpeando al enemigo al máximo nivel no se le puede forzar a establecer un diálogo (esto es, a conseguir algún tipo de objetivo político), se plantean dos opciones, o bien asumir la inutilidad de la lucha armada, o bien enquistarse en la posición y endurecer aún más el conflicto. Como dice Moretti, tras el asesinato de Moro, las Brigadas Rojas parecen ser más fuertes que nunca en lo organizativo, pero son increíblemente débiles en lo político: "si no abres una vía en el frente opuesto, tus discursos quedan en letra muerta". A partir de aquí, o se niegan el motivo de su existencia (obtener concesiones del Estado-capital a corto plazo; agudizar el enfrentamiento a medio), u optan por un enfrentamiento de máximos, con la mítica de una "guerra civil" en perspectiva. Con Moretti ya en la cárcel (apenas 2-3 años después), esta disyuntiva es la que marcará la evolución posterior de las Brigadas Rojas, insertas ya en una dinámica de derrota que las delaciones y escisiones no harán sino acentuar.
Qué gusto da leer sobre cosas importantes y encima bien escritas. Lo único que quiero decir es que si no hubo consipración (de acuerdo, no la hubo) podría haberla habido, visto el curriculum de la CIA. La teorías conspiratorias tienen muy mala fama en los últimos tiempos (merecidamente) pero, tal vez, aunque sólo sea de vez en cuando, acierten...
Publicado por: laurita | junio 03, 2008 en 10:35 a.m.
Parece ser que Aldo Moro, le confesó a Moretti que sabía en que consistía la Operación Gladio. Kissinger delante de la esposa de Aldo Moro, le señaló que si pactaba con los comunistas italinos, le pasaría algo peor que a Salvador Allende. Pienso queda todo dicho.
Publicado por: Francisco Javier Mingorance Morcillo | septiembre 07, 2013 en 01:45 p.m.