Repaso de las lecturas veraniegas de 2017... Una buena cosecha.
El sastre de Ulm, de Lucio Magri. Gran libro, tan bueno, que le he dedicado una entrada específica.
Sueños Árticos, de Barry López. El libro del verano. Aunque en ocasiones salvajamente detallista en descripciones (ufff, esas 20 páginas seguidas de descripción del buey almizclero), se trata de una preciosidad. Limitado a los territorios occidentales del Lejano Norte (sin apenas referencias a la zona rusa), impresiona en su detalle y en la extrañeza que genera: alrededor de la limitada fauna (realiza por ejemplo una comparativa entre el número de insectos presentes en el Ártico vs otros lugares del mundo), los preciosos focos en sus 3-4 animales más representativos (el narval, el oso polar, el buey almizclero), sus culturas a lo largo de la historia, sus fenómenos naturales (el svasstad, la fata morgana,…), el lenguaje esquimal (perlerorneq, traducida como “el peso de la vida”, al parecer una especie de sensación previa a la locura que emerge tras las noches permanente de invierno a -40 grados), los distintos tipos de hielo y su formación, el fenómeno de la respiración en temperaturas extremas... En seguida me surgió la comparativa con Leviathan, de Philip Hoare, otra maravilla, “el libro de las ballenas” que voy regalando a la menor oportunidad. Existe una gran diferencia en la perspectiva del autor: aunque ambos construyen desde su vivencia, López no parece utilizar el entorno para explicarse a sí mismo. Hoare sí. En este segundo caso, la fascinación por la ballena y el mar es una plataforma para hablar de uno mismo. López habla de sí, en muy contadas ocasiones, pero para dar contexto, comprensión y un lugar desde el que mirar y comprender que ayude al lector. El foco en López está en el entorno, en Hoare, pese a todo, en sí mismo. Quizás se me está yendo la pinza “analizando”, pero quizás ese cambio de perspectiva se asocie a la mirada ante el entorno que puede haber entre un libro de 1986 (López) frente a otro escrito al final de la primera década del 2.000: ambos entornos fascinantes, antes suficiente por sí mismo, ahora utilizado como excusa para volver sobre la propia identidad. En cualquier caso, casi, casi, tan recomendable como el de Hoare: y eso es muchísimo.
El gen. Una historia personal, de Siddhartha Mukherjee. Después de un arranque espectacular, acabé abandonándolo. El libro parece avanzar, hasta dónde lo dejé, en progresiva complejidad, hasta llegar a un punto en que me resultaba incapaz de realizar una lectura comprensiva sin volver permanentemente atrás. Hasta donde logré entender, interesante, pero me rendí ☹
Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlin. Libro desequilibrado. Textos espectaculares, varios planos, alguno estilo Reader´s Digest. El libro parece avanzar en círculos sobre sí mismo, y con frecuencia cuando vuelve atrás en cada texto lo hace en exceso, de manera que resulta reiterativo: Lucía Berlin ha sido “comunicada” casi más como personaje que como autora, y desde luego por la forma en que está construido el libro se corrobora la impresión, ya que las vueltas atrás lo hacen reiterando facetas del “personaje” que resultan poco relevantes una vez leídas.
La escala de los mapas. Siendo fan intensito de Belén Gopegui (y quizás más de ella aún que de sus novelas), no había leído La escala de los mapas, su primer libro. Aclaremos ese “rollito fan”: en todas sus novelas me ha impresionado su ambición literaria (superior en mi opinión a cualquier otro autor español actual: en temas, estructuras, lenguaje, documentación – impresionante el caso de Lo real, con su inmersión en el mundo de la investigación de mercados), pero siempre me ha quedado la sensación de que “faltaba un puntito” para que sus obras estuviesen a la altura de su ambición. De lo leído de ella, ningún libro tan perfecto como “Un pistoletazo en medio de un concierto”: y no es una novela, es un breve ensayo en el que ambición y resultado sí van a la par. ¿A qué viene esta explicación? A que sin esta actitud fan previa, a las 20 páginas hubiera abandonado La escala de los mapas. Y si lo hubiera hecho, me hubiese perdido el desarrollo de un libro que es un lujo, un lujo que solo se disfruta si te dejas ir, superas ese momento hasta que el libro te hace suyo y olvidas algunas pequeñas incomodidades del estilo. Hecho eso, una lectura cargada de extrañeza y de joyas, de apuntes, de los que te paralizan la lectura y te encuentras volviendo sobre ellos días después de haber dejado la lectura. Y el final, qué gran final.
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