Ivo Andric, Nobel en el 61, hijo de croatas que vivían en Sarajevo en el marco del Imperio Austro-Húngaro, muerto yugoslavo, criado en lo que hoy es la República Sprska , la zona serbia de Bosnia-Herzogovina creada a raíz de las guerras de los 90´s, con dos años fue a vivir a Visegrad, ciudad por la que discurre el Drina y en la que el Gran Visir Mehmed Pasá Sokolovic mandó construir el puente que, inaugurado en 1577, tenía como objeto facilitar los desplazamientos entre Sarajevo y Estambul, entre Occidente y Oriente.
Y con ese marco, Andric hace avanzar la historia de Visegrad desde la construcción del puente hasta la primera guerra mundial, con decenas de narraciones de amor, de dolor, de esperanza, de anhelos, de miedos, donde los musulmanes, judíos y serbios (e incluso los austríacos que llegan hacia finales del siglo XIX) van engarzándose, encontrándose y alejándose, con sus identidades propias a las que se superpone la identidad común que construyen al compartir espacios e historia. Cruzo la novela con alguna lectura reciente de David Harvey, el urbanista marxista: una comunidad humana es la realidad que emerge de la suma de espacios y experiencias compartidas, y esa comunidad que se reconoce a sí misma siempre acaba por construir un "dulce paisaje", el suyo propio, en el que se toma consciencia de sí y se disfruta (los pubs o los estadios en algunos textos de Harvey, los atardeceres fumando en el puente en el caso de Andric). El puente sobre el Drina es un hermoso ejercicio de narrar la existencia y evolución de una comunidad (los habitantes de Visegrad, narrada con afecto y cierto orgullo por uno de ellos) que se construye a lo largo del tiempo por encima pese a las diferentes identidades que la conforman.
Si algo caracteriza el libro es la carga de ternura con la que trata Andric a prácticamente todos los personajes que van protagonizando los episodios que hacen avanzar la historia. Incluso más allá de la ternura, en ocasiones llega a asemejarse a una reconfortante piedad. La dura historia de los Balcanes atraviesa numerosos episodios, cargándolos de violencia y miedo: aún entonces, prácticamente siempre encuentra Andric una forma de tratar a sus personajes de forma que el lector acabe por apreciarlos con respeto y comprensión, o al menos entienda sus fragilidades. De hecho, los factores que hacen avanzar la historia -y desencadenan el conflicto en una comunidad que pareciera que por sí sola lograse convivir- siempre vienen de fuera del propio Visegrad: el mismo puente, construido por órdenes del poder turco, los deseos de independencia serbios, la llegada de la modernización de la mano de los austríacos...
El libro finaliza en la primera guerra mundial: una pequeña localidad de Bosnia y su dulce paisaje se ve sacudida por fuerzas tempestuosas que la dislocan de manera trágica, y es ahí donde el autor cierra la historia. Quizás cuando muriese Andric, en 1975, podría consolarse pensando en que efectivamente, al menos el sufrimiento que hubiese vivido hasta entonces su comunidad humana, era en gran medida exógeno, que no tenía origen directo en odios entre las distintas religiones que habían habitado Visegrad, y que los enfrentamientos entre ellas quedaban amortiguados por la convivencia que lograban construir alrededor del puente en la misma ciudad. Esa podría ser también la agradable sensación con la que cerrase el libro el lector al que no le picase la curiosidad y le diese por explorar cómo es Visegrad hoy: sin embargo, 20 años después de la muerte de Andric, Visegrad fue objeto de una limpieza étnica, con la quema de las dos mezquitas de la ciudad, centenares de asesinados y su conversión a una ciudad prácticamente solo serbia, englobada dentro de la República Srpska, la configuración política serbia que se constituyó en Bosnia tras la guerra.
En este caso, Andric no podría acogerse a la idea de que la violencia llegó solo de fuera: Milan Lukic , responsable de la matanza de Visegrad era local (o según otras referencias, al menos era residente), y lideró una actuación por la que dos terceras partes de los habitantes de la hermosa comunidad de Andric (en este caso, musulmanes bosnios) hubieron de abandonar la ciudad.
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