Tres libros este verano, no demasiado lector, pero sí con apelaciones personales relevantes.
- Empecemos por la reseña que más complicado me ha resultado escribir, la de Ordesa, de Manuel Vilas (una obviedad a recordar: cualquier reseña que escriba, por más crítica que sea, está hecha desde la admiración hacia cualquiera que es capaz de estructurar su pensamiento a través de un libro). Dicho esto, arranco: desde, quizás, la página cuarenta o así, empecé a sentir que algo me incomodaba, me distanciaba. Y la sensación no desapareció hasta finalizarlo, ni días después, cuando por fin me he decidido a comentarlo. ¿Sería Ordesa otro Patria, otro libro de moda a base de trampa y acartonamiento? No, no es el caso, ni mucho menos ¿O yo un pedorro que no sabía apreciar lo que todo el mundo valoraba, incluidos lectores en cuyo criterio suelo confiar? Algo me chirriaba en un libro que necesariamente implica al lector con el atrevimiento y decisión con que aborda las relaciones familiares, que es capaz de pasar con elegante agilidad en dos líneas de un recuerdo personal a crear un marco social de la España de los 70´s, que de un modo precioso utiliza los objetos o los contextos (el coche - SIMCA en el caso de mi familia-, el peluquero, el armario, el aceite en la cocina...) de un hogar para aflorar una recreación de tu propia familia... Simplemente, la hermosura de señalar ese silbido que compartían sus padres (los míos también, tenían un silbido para decirse que habían despertado) ya justifica la lectura. Pero pese a sus muchas virtudes, algo en el libro me inquietaba, me alejaba de un texto que tenía todo para llegarme. Primero pensé que se trataría del malestar que me provoca esa mezcla entre ficción y auto-biografía (en otro ámbito, me ha ocurrido con algunos libros de Cercas, por ejemplo, con su biografía de Adolfo Suárez, ese juego confuso entre real y ficcionado, que permite sacar recursos de la manga al autor según sea necesario). Pero no, no era eso. Tampoco me agradaba esa intención manifiesta de, al cierre de cada "capítulo", finalizar con ese párrafo o frase epatante, puesta en bandeja para subrayar o citar, pese a que en una gran mayoría de los casos efectivamente la frase valiese la pena ser subrayada o citada: un poco a imagen de ese niño al aprecias y al que ves arriesgar innecesariamente, del que desearías que siguiese haciendo lo que ya está haciendo muy bien para evitarle algún resbalón innecesario. Pero no, tampoco era eso. El malestar no residía ahí, no. Reposando unos días, creo que al final ya encontré el origen de mi incomodidad: y aquí la reseña se vuelve aún más personal de lo que ya es cualquier reseña. La incomodidad que me generaba Ordesa tiene que ver con la distinta vivencia de la ausencia del padre, y es el molde del libro: en caso de no encajarte, hay algo que no te encaja en un tema que apela personalmente tanto. Simplificando mucho, el padre de Vilas, o de quién sea la voz del libro, su ausencia más bien, es una ausencia que se hace presente a través del dolor, de la propia consciencia de la ausencia y de la pérdida de la referencia, del vacío que dejó. Si entendí bien a Vilas, mi experiencia de la ausencia es muy distinta: mi padre ausente no me "habla" (aunque esté muy presente, casi a diario..., pero no a diario: aún recuerdo la sensación que tuve el primer día que recordé que ese día no le había recordado), mi padre no tiene nada que decirme (aunque ojalá pudiera una sola vez volver a escucharle) ni siento que nos quedasen cosas por decirnos, nunca sentí que su ausencia nos dejase solos, no necesito su presencia... y no es que no la necesite con desdén, que sabe dios lo que daría por volver a tenerla, es que su presencia fue tan plena y su referencia tan potente que no puedo vivirlo como ausencia. Cuando aparece esa ausencia, nunca es ausencia: más bien son breves instantes de plenitud, es disfrute. No hay oportunidad en que su recuerdo no tenga un punto de disfrute, con pinzadas de dolor por supuesto, pero nunca como ausencia, como pérdida, ni con ansiedad ni con demanda, cada recuerdo que me llega es suma, añade, enriquece. No se trata de comparar ausencias ni su gestión (aunque tiendo a pensar que tiene que ver con que en mi caso mi padre murió relativamente joven y tras una primera enfermedad que hizo que viviese sus últimos años como una especie de bola extra): se trata de explicarme el porqué un libro con tantos elementos para identificarme me resultó distante, y es que justo una vivencia personal tan distinta del eje sobre el que se construye Ordesa me impidió un acercamiento completo a un gran libro.
- El entusiasmo, de Remedios Zafra: de algún modo, un libro al que también me acerco desde la identificación, sea con una etapa específica de mi vida, sea con el paralelismo de lo descrito con lo que han sido las trayectorias vitales de muchos amigos de mi generación. Esa Sibila, esa buscadora de becas de colaboración y predoctorales, de proyectos mal pagados con fundaciones y artículos en revistas, siempre esperando esa recompensa que no llega, haciendo convivir el entusiasmo como máscara con la necesidad de asumir la máxima de "mañana, cadáveres, gozaréis". El libro está lleno de ideas potentes, de pepitas de inteligencia (con un exceso autoreferencial en la redacción, en ocasiones) y afecto. En buena medida inspiraron este post sobre cómo hemos ido pasando de utilizar la web como un espacio de juego de identidades a una inversión en el yo. Y un apunte que pienso aplicar cada vez que tenga oportunidad: si el poder tuviese voz, ¿qué diría? Ante cualquier fenómeno social, imaginemos al poder con una voz, y preguntémonos: ¿qué esperamos escuchar de esa voz? ¿qué nos diría? ¿Rogaría, ordenaría, sería explícito o recurriría a subterfugios? ¿Nos tutearía o nos trataría de usted? Identificar qué nos diría el poder en cada caso es una herramienta para adelantarnos a lo que el poder desearía que hiciéramos.
- Y por último, la reseña más "fácil": SPQR, de Mary Beard. Una magnífica historia de Roma. Un equilibrio justo entre la tentación de narrar la historia desde los grandes personajes y sus rasgos individuales y un potente ejercicio analítico en el que se entiende la evolución histórica desde la demografía, la estructura sociopolítica, los modelos organizativos del Estado (la ciudadanía, la propiedad, las relaciones con los pueblos conquistados), bajando a la vez a lo que pueda ser comprensible de la cotidianeidad de los habitantes de Roma y sus territorios, y todo ello enmarcando la evolución de todos esos aspectos en los distintos momentos (República, Imperio...).