Un año sin escribir en el blog (tampoco es que antes llevase un ritmo trepidante de actualización), un año complicadito de pocas lecturas (puestas todas juntas parece otra cosa, pero muy ligero en relación a otros años). Allá vamos.
- Elon Musk, de Walter Isaacson. Qué asco he cogido a este libro. Casi más que al personaje, al biógrafo. ¿Y qué hago leyendo esta basura? Hay regalos que son más una agresión que un regalo (si quién lo regaló me lee: en fin, amigo, en fin, se te quiere, pero vaya regalito). Y este es uno de esos casos. El otro motivo es que hay que conocer al enemigo (Musk, llevo años con ello, al igual que Bezos, Thiel o Zuckerberg, es enemigo de la humanidad). En resumen: es un libro cobarde. El biógrafo, que estuvo autorizado a acompañar al biografiado durante un tiempo largo, es perfectamente consciente de numerosos ejemplos de inhumanidad de Musk, ya que los narra: serían comportamientos que harían a cualquiera merecedor de términos como traicionero, agresivo, matón, dispuesto a destrozar la vida de terceros sin reparos, con comportamientos que dañan tanto a individuos concretos como a grupos - un 30% de accidentes laborales más en sus fábricas que en otras comparables-. Y con todo ello, no es capaz de adoptar ninguna perspectiva moral y si adopta alguna es la de ser comprensivo: o bien porque al parecer Musk sufrió bulling de chaval y su padre era otro matón, o bien porque al parecer ser un capullo es el peaje para poder avanzar en sus ambiciones. Respecto al primer aspecto, si te han hecho bulling, pues o te pegas un tiro o recurres a herramientas para sanarte pero no haces bulling a los que vienen detrás. Sobre el segundo, la Humanidad hará coches eléctricos o irá a Marte, o no lo hará, al margen de la voluntad de Musk, lo que ocurra ocurrirá con él o sin él: será porque sea posible gracias a que la tecnología lo permitirá, porque un grupo de interés se beneficie y porque millones de individuos trabajen y aporten de mil maneras distintas su talento y esfuerzo para ello... Los procesos históricos son procesos que transcurren al margen de voluntades particulares: estás las pueden empujar mínimamente y acelerarla de un manera ínfima, quizás a lo sumo una personalidad puede darle cierto aroma (como la de Lenin se la dio a la revolución rusa o De Gaulle a la V República). Si esto último es cierto, el aroma que desprende Musk es el de un psicópata narcisista que emponzoña allí a donde se acerca. Podríamos llegar a Marte o tener coches eléctricos sin ese olor a mierda que acompaña lo que este señor toca. La biografía, por cierto, finaliza antes del idilio con Trump y de la defensa (aún más) explícita de la ultraderecha que ha realizado Musk en 2024 (joder, es que defiende a ultras ingleses y alemanes de los que se han desmarcado gentes como Farage o LePen). Leyendo la biografía era evidente que Musk acabaría aquí, y si lo es para el lector, lo sería también para el biógrafo: ¿qué excusa cobarde pondría Isaacson para justificar lo que seguro él vio venir?
- La hidra de la revolución, de Linebaugh y Rediker. Bueno, bueno, bueno. Qué libro, vaya maravilla. De compleja lectura (será la traducción, será el estilo de los autores, será las referencias a las distintas ramas del protestantismo, con los implícitos que entiendo que tendrá cada una y que me resultan ajenas), acabé finalmente enganchado y pensando en sí sería viable reproducir algo así en la esfera hispanohablante. El ejercicio viene a ser algo así como reconstruir una historia paralela de los siglos XVII y XVIII a través de los procesos de resistencia en diferentes planos (la lucha contra el cercamiento de los comunes, las revueltas irlandesas, la disidencia religiosa, el enfrentamiento y la huida de la esclavitud, la piratería y sus normas, las experiencias de autonomía de los cimarrones) y la interacción, retroalimentación e incluso complicidad entre todas ellas, desbordando el plano nacional y entendiendo de manera unificada el universo atlántico (eso sí, excepto casos específicos, con una mirada eminentemente anglo). Todo ello, usando para cada momento&espacio referentes (Solomon Northup, Masaniello, Robert Wedderburn, Olaudah Equiano... ) que de alguna manera pasan a ser parte del acervo compartido de todas esas cabezas de la hidra revolucionaria que el poder no logra extirpar, poder cuyas prácticas, discursos y temores también se analizan. Tras acabarlo, de entre otras muchas, dos cosas me llaman particularmente la atención. En primer lugar, enganchando con el siguiente libro (En deuda, donde se cita también con frecuencia), el modo en que la institución (o la fantasía de su recuerdo) del Jubileo, esa figura citada en el Deuteronomio por la que las deudas se anulaban cada 7 años, ha estado siempre presente en las utopías igualadoras. En segundo lugar, si podría hacerse algo parecido en el ámbito hispano o al menos español: una especie de la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo, pero esta vez no para tratarlos de herejes y antiespañoles. Me surge esta idea en relación a diferentes cuestiones que estoy leyendo sobre el ejército español, caracterizado siempre por la desconfianza de sus mandos en relación a los soldados no profesionalizados, muy evidente en el caso de Franco, y que se enraiza al menos en las revueltas contra los reclutamientos para las guerras de Marruecos, el pronunciamiento de Riego y las guerrillas de la Guerra de la Independencia, donde el pueblo alzado en armas que defendió al país tras la traición de la Monarquía no fue reconocido luego como ejército regular. Ojalá alguien haga, o quizás ya se haya hecho, una historia de las resistencias en la Iglesia y el ejército español.
Un reseña más completa y experta del libro, aquí
- En deuda, una historia alternativa de la economía, de David Graeber. Junto al de Linebaugh&Rediker, la gran lectura de ensayo del año pasado. Arranca de una evidencia antropológica: la fantasía de Adam Smith sobre el origen del dinero (aquello de que el dinero es un método de intercambio que emerge cuando hay una cierta complejidad que hace imposible comparar directamente bienes con bienes) no tiene ningún sustrato antropológico (tampoco tiene sustrato empírico la curva de Laffer, y da igual, el liberalismo realmente existente es impermeable a la realidad... porque su rol no es entenderla, es justificarla). La mixtificación de Adam Smith no ha encontrado evidencia histórica en ningún tipo de sociedad. A partir de ahí, desarrolla una visión alternativa del origen del dinero (simplificando enormemente: el dinero nace del registro de la deuda, e incluso de la "comercialización" de la deuda, estando asociado por tanto al poder y no al intercambio) y desde ahí de la evolución de la economía. A partir de aquí (que es casi el principio) el libro deja de ser redondo: tiene aristas, se entrampa, se atasca en ejemplos de detalle que no hilan claramente con la tesis principal, no tiene una apuesta de cierre... Y sin embargo, es un libro que acabaré releyendo por lo nutritivo que resulta. Específicamente, más allá de la tesis principal, señala Graeber una distinción de 3 órdenes morales que me resulta de enorme interés (y utilidad) para entender buena parte de la complejidad social: la diferenciación entre lo que llama "comunismo cotidiano" (esa guía moral de la interacción cotidiana que remite a aquello de "a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad", y que hace la vida soportable), el orden moral de las relaciones de intercambio (donde la expectativa es de transacción equilibrada) y el orden moral de las relaciones de jerarquía (estos espacios donde el desequilibrio es la expectativa natural, con lo que implica). La confusión cotidiana entre los 3 órdenes (cada uno dominante o "espontáneo" en según qué sociedades pero también en los diferentes planos sociales y aplicables o no según los grupos de referencia) creo que explica buena parte de los desajustes de expectativas morales que nos desorientan en el día a día.
- Dominio, Tom Holland. Ufff. Yoquesé, vamos a ver. Holland es un historiador de lectura ágil, divulgador, pero no lo catalogaría como un historiador de las ideas ni tampoco un autor que habitualmente sostenga tesis fuertes, entendiendo tesis como el ejercicio de justificar una perspectiva fuerte que dé cohesión, o hacerla emerger, de los recorridos históricos que realiza. Evidentemente, hay cierto pegamento en sus libros y una cierta unificación narrativa (la sombra del milenarismo en Milenio, la construcción de cierta idea de Occidente como reacción en Fuego Persa, ni siquiera eso en Rubicón, casi una sucesión de momentos) pero ni son tesis fuertes, ni entra en polémicas con otras alternativas, ni la redacción de sus libros están orientadas a defender&justificar su perspectiva. En el caso de Dominio, sí hay una apuesta fuerte explícita, más bien dos, y una implícita. Las cuestiones explícitas que plantea son 1) si el cristianismo ha configurado el mundo de hoy por encima de otras tradiciones (el mundo grecorromano, por ejemplo), 2) si se ha evaporado ya su peso a estas alturas. Y la 3) diría que no tan explicitada pero sí arrastrada, es si esa influencia ha sido positiva. Y a las tres contesta afirmativamente. Desde mi perspectiva, la respuesta a la primera pregunta es bastante evidente: sí, cualquier otra alternativa quedó subsumida y nos llegó a través del cristianismo, así que sí, somos más cristianos que herederos de la Antigüedad. La segunda (su presencia actual): pues por un lado es poco relevante, y por otro, depende de donde pongas el foco. En algún momento, el modo en que argumenta el autor a favor de la respuesta afirmativa - sobre todo cuando se acerca a la época contemporánea- da cierta vergüencita. Por ejemplo, hablando de las manifestaciones del #MeToo, afirma que: "En el #MeToo estaba implícita la misma llamada a la continencia sexual que había resonado a lo largo de la historia de la Iglesia". Vamos a ver: pedir respeto al propio cuerpo y defender el consentimiento no es ninguna llamada a la continencia. En bastantes ocasiones, mi sensación es que el libro se pierde tratando de "rascar" continuidades arbitrarias que, además, por el grado de detalle, en el fondo no son relevantes. Y aquí llega la tercera cuestión: ese carácter "beneficioso" del cristianismo. Una línea para afirmar esa positividad son los múltiples ejercicios de rescatar ejemplos "positivos" a los que atribuye raíz cristiana (Merkel, demócrata cristiana vs Orbán, en origen ateo; Spinoza; el afán liberador del marxismo). En general, esa línea resulta forzada y/o evidente (si durante 1500 años tu religión ya se ha ocupado de ser prácticamente exclusiva en los territorios que han dado forma a la Modernidad, es fácil y casi irrelevante rescatar algo "positivo"). Más potente es recalcar aquello que caracteriza al cristianismo y que no puede reconocerse en la misma medida en el pensamiento clásico ni en otras religiones. Simplificando, sería 1) la separación entre Estado (imperio) y Religión: esto, que más que un rasgo de origen es más bien el resultado de una combinación de fuerzas específicas en un momento dado (la Humillación de Canossa), dió pie a la secularización, una resultado que no diría que ha sido particularmente respetado ni querido por los cristianos, menos aún entre los católicos 2) Más relevante, el tratarse de una religión construida desde la mirada de los débiles: "Y así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos". Los pobres heredarán el cielo y el Salvador murió de la manera más humillante. Esta perspectiva/rasgo sí me parece diferenciadora 3) finalmente, la universalidad de su mensaje y público: no una religión para un pueblo, más bien se construye (e invita) el pueblo desde una ambición universal de partida. "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús", escribió San Pablo. Más allá de las innumerables veces que los cristianos y sus instituciones han traicionado los dos últimos principios (respeto del débil y universalidad de la Humanidad), lo cierto es que es una pregunta imposible de contestar en qué medida hubiésemos dado suficiente protagonismo a ambos principios sin el cristianismo, o si el cristianismo ha sido un lastre o un acelerador de ambos. Para Holland la respuesta es la segunda, y tiendo a compartirlo.
- La distancia que nos separa, de Maggie O´Farrell. Estoy con O´Farrell como estuve hace ya muchos años con Paul Auster, Saramago o Richard Ford: echadme lo que queráis, que me lo leo. Y de momento, no he llegado al empacho que tuve con los restantes. De la mano del boom tras su Hammet llegó el momento en que se traducen libros previos a su éxito: La distancia que nos separa es uno de ellos, y si no fue el libro que descubrió a O´Farrell por algo sería. Las historias no se ensamblan con la naturalidad que encontraremos en otros de sus textos, la madurez y el atractivo de de los personajes es menor, pero da igual: también aquí los protagonistas se encuentran entre la calidez y el misterio, aquí también la experiencia de lectura (no la trama, no los personajes, la experiencia que te genera la lectura) resulta ser una lectura dulce, que te dulcifica, que te hace la experiencia amable y sugerente. La relación de amor central de La distancia que nos separa podría ser perfectamente una película tiernita pero bien ejecutada de Hugh Grant y Emma Thompson, pero con un punto más alto de riqueza de los personajes y una textura visual iluminadora. Y con eso basta.
- Mr. Vértigo, de Paul Auster. Hablando de Auster, aquí reaparece, consecuencia de no tener a mano nada que leer en lugar ajeno durante un tiempo. Y si bien recordaba el libro con enorme cariño, casi mágico, no logró reproducir, como era de esperar, el recuerdo. Mr. Vértigo, el personaje, de pronto me resultó un repelente que, por estas cosas raras que tiene la cabeza, me evocaba a Oskar, el protagonista de El tambor de hojalata.
- El desierto blanco, de Luis López Carrasco. En novela, la mejor lectura reciente. Empieza fascinante y jugón, desconcierta en algún momento (llegando a pensar que flojeaba, pero no fue la sensación final) y cierra en lo alto. Y a la vez, no cae en el riesgo de ser ampulosa, efectista o distante, tan típico de la literatura española contemporánea: quizás no lo es por ser transparente en sus manías y sus espacios. Aprovecho para decir que del autor hay que verse (es cineasta también) El año del descubrimiento.
- El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Quitando algún pellizco un poco fuera de lugar a La Pasionaria que parece más bien parte de un ajuste de cuentas general, un gran libro. De los 3 planos en los que trabaja (el narrador cubano, Trotsky y Ramón Mercader) se me hace más lejano el narrador, con una presencia que hace avanzar pero en sí mismo apenas aporta (entiendo que tiene que ver con mi mirada y que si fuera un lector cubano sin duda encontraría más claves), interesante Trotsky e interesantísimo Ramón Mercader. El mosaico que acompaña (Siqueiros, Sylvia Ageloff, Frida, Caridad, la esperpéntica madre de Mercader...algunos tratados en detalle, otros apenas por encima) transmite una densidad vital tremenda.