El clásico repaso de lecturas navideñas (entendiendo por Navidad un período amplio que va más o menos de Noviembre hasta Año Nuevo). Me encanta además que la mayoría hayan sido regalos y me alegra ver en qué gran medida han acertado los regaladores (palabra, regalador, que por infrecuente a la vez que "natural" pensé que no existía, pero sí, existe).
- Jerusalén, la ciudad imposible, de Meir Margalit. Se trata de un ensayo (de hecho, fue escogido Premio Catarata de Ensayo) realizado por un exconcejal izquierdista de origen argentino-judío, posición que le otorga una mirada por definición minoritaria (en Jerusalén la izquierda es testimonial desde hace décadas, y la gran mayoría de la población palestina no tiene derecho a voto). Como texto, tiene un considerable desafío: recurrir a referencias aplicables a otros entornos (colonialismo, conflicto de identidades, urbanismo, demografía...) y tratar de aplicarlas en un lugar único. En ningún otro el peso de la historia y su importancia simbólica es tan relevante como en Jerusalén y ningún otro es un lugar sagrado para tres religiones: su peculiaridad hace que el concepto de colonialismo "clásico" difícilmente encaja aquí (no por no ser colonialismo, si no por la cercanía absoluta entre "metrópoli" y "colonia")... Y de esa salvaje peculiaridad nacen los fenómenos que analiza: cómo la ocupación ha pasado a convertirse en normalidad, cómo la sociedad ocupante puede colapsar sobre sí misma, cómo fenómenos globales (como el consumo o el ocio de masas) se desarrollan -o no- en este contexto único, cómo las comunidades derrotadas se rompen, resisten o reconfiguran ante la presencia y presión de un poder que parece que va a ser definitivo.
- La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. Empecé con cierto escepticismo, me fui animando y acabé lamentando que finalizase casi por sorpresa (de pronto, 10-12 páginas de cierre con agradecimientos y epílogo). Pasé de percibirlo como una especie de típica película de sobremesa de amigos y amoríos en la Toscana (en este caso, en las islas británicas del Canal de la Mancha) a admirar su humor permanente, la bonhomía de sus personajes, la inserción de la narración en el contexto histórico, las referencias literarias, su habilidad para hacer avanzar la historia a través del cruce de cartas... Un libro amable, que se lee con facilidad y que ya he regalado un par de veces.
- Compañero del viento, de Abbas Kiorastami. Un listado de breves poemas del celebrado cineasta iraní (a ver, celebrado si eres un gafotas progre, no nos engañemos), estilo haiku (josravani es, al parecer, el término en iraní), editados hermosamente (con la grafía original incorporada, desconozco si en árabe o en persa). Muy desiguales, algunos son hermosura pura ("Pensándolo bien / no comprendo la razón / de tanta blancura de la nieve"), y la lectura final es una extraña sensación de haber leído multitud de referencias a un mundo que ha desaparecido (no sé si en Irán, aquí sí) ya que buena parte describen entornos rurales o religiosos.
- Atlas de ciudades perdidas, de Aude de Tocqueville, un amigo invisible que ha resultado ser un regalazo. Un repaso (ligero, más evocador que detallado, de forma que conviene leer el libro con conexión al lado para ir enriqueciendo la lectura) por 44 localizaciones que fueron abandonadas. Civilizaciones en desgracia, muchos lugares asociadas al auge y caída de distintos tipos de minería (carbón, diamantes, salitre, oro... lugares que en 60 o 100 años nacen y caen, dejando siempre un pequeño retén de ciudadanos que no desean abandonarlas), catástrofes naturales o planificaciones insensatas. Hay muchas que capturan particularmente la imaginación. Jeoffrécourt, la ciudad destinada a ensayar conflictos bélicos en zonas urbanas del ejército francés. Humberstone, la ciudad chilena donde en varias decenas de años llega a nacer una cultura específica, la "pampina" , Epecuén, fosilizada en sal, Centralia, con una mina ardiendo a sus pies, Agdam, resultado del enfrentamiento entre armenios y azerís, Sanzhi y su modernidad arquitectónica, Bam, donde se grabó La Ciudad de los Tártaros. Un libro ligero pero enriquecedor y sugerente.
- Vida de Galileo & Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht. Dos maravillas, dos. Poco más que decir. Son relectura, y respecto a la anterior, me ha parecido aún más actual y aplicable Vida de Galileo, con esa frase: "Sí, tengo fe en la suave violencia de la razón sobre los hombres (...) La seducción que se desprende de una prueba es demasiado grande".
- El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, de Wendy Brown. El libro de lectura más compleja de la temporada: quizás por un estilo (quizás por la traducción) farragoso, quizás por esas notas al pie de más de media página, quizás porque en ocasiones el libro parece más bien una agregación un tanto dispersa de aprendizajes de seminarios universitarios muy diversos (el análisis del "virrey Bremer" -el responsable que EEUU puso a cargo de la transición postSadam en Irak- y su privatización del acceso a las semillas para los agricultores locales) o quizás por ser en ocasiones una especie de repaso literal de algunos seminarios del último Foucault. Justo apelando a Foucault hay una reflexión que resulta central para comprender la diferencia entre liberalismo y neoliberalismo, que ayuda a entender el despliegue final, tan exhaustivo y completo, del neoliberalismo, que prácticamente funda una nueva antropología (da lugar a una nueva concepción del hombre, la hace normativa y sanciona a quién se resista a ella): mientras el liberalismo afirma el intercambio como el eje del mercado, el neoliberalismo lo desplaza a la competencia, siendo esa competencia "normativa", más que natural, de forma que debe ser incentivada. Es a partir de ahí, y de la interiorización por parte del individuo de esta norma (a través del concepto de "capital humano", del que acaban por nacer derivadas como "marca personal", "networking", "poner en valor las relaciones" y similares), de donde la colonización del yo se hace imparable. Pasamos del liberalismo (y de la democracia liberal) como una opción de gestión de la economía basada en la defensa de los beneficios del "dulce comercio" a un programa infinitamente más ambicioso, la creación de una nueva norma del yo que necesita "optimizar" todas sus interacciones, afectos, espacios, posesiones... para ponerlos al servicio de la inversión en sí mismo en un contexto de competencia con otros. El impulso de este cambio del intercambio a la competencia vía el capital humano es infinito: llevado al extremo (y su dinámica es precisamente esa), evapora cualquier apelación a cualquier otra instancia que no sea el mercado a la hora de definir las condiciones de vida, ya que traslada la responsabilidad al propio individuo. Si la competencia es (o debe ser) el motor de la sociedad, cualquier resultado vital pasa a ser resultado de cómo gestionaste tu propio capital (humano), y las apelaciones a otras instancias están fuera de lugar. En ese contexto, la necesidad de "autogestionarse" es tanto la norma como la herramienta: por eso sus olas "reconfiguradoras" del yo son infinitas, ya que la competencia es por definición infinita (nada es estable, el competidor derrotado ayer volverá hoy, y la norma es no dejar de competir), y arranca de la toma de consciencia de estar en un mercado para continuar sintiendo que todo es mercado, con lo que cualquier innovación social es traducida de inmediato a formas de estar en él (por ejemplo, la proyección digital), con lo que cualquier otro modelo de gobierno del yo (el hedonista, por ejemplo) es insostenible. El texto de Brown analiza el despliegue de esa norma sobre el yo (la parte que me resulta más afín e interesante) pero también su capacidad para desorientar cualquier institución educativa al subordinar cualquier derecho a la competitividad, disolver la política (entendida como la interacción deliberativa entre iguales) o reajustar el rol del Estado como garante de inversiones y competitividad por encima de cualquier otro fin (Obama justificando sus iniciativas más sociales desde discurso "inversionista" y no desde la mejora de la calidad de vida o a el protagonismo de la "marca país"... el Estado y su poder renuncia a justificar como el resultado de su impulso de bienestar común y lo hace desde la creación de un contexto de oportunidad para los competidores). En resumen, un texto lectura densa pero lleno de claves interesantes para entender la transición del liberalismo al neoliberalismo y su despliegue.